Por: Hernán Fair
Doctor en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires (UBA), Magíster en Ciencia Política y Sociología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Argentina) y Licenciado en Ciencia Política en la UBA. Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Profesor e investigador en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) en el Departamento de Ciencias Sociales. Docente e investigador en la Carrera de Ciencia Política de la UBA. Ha sido becario Doctoral (tipo I y tipo II ) y Posdoctoral del CONICET. Desde la elaboración de la Tesis de Maestría se ha especializado en el análisis de la construcción de la hegemonía neoliberal en la Argentina, tomando como base las herramientas de la teoría política del discurso de Ernesto Laclau. Correo electrónico: herfair@hotmail.com - hernan.fair@unq.edu.ar.
Resumen
En las últimas décadas, en consonancia con la visión neoliberal-neo conservadora acerca del “Fin de la Historia”, la lucha político-ideológica ingresó en una etapa de devaluación y decadencia. En ese marco, muchos de los más importantes intelectuales críticos del sistema se han trasmutado en asistentes pasivos del neoliberalismo, o bien en tecnócratas funcionales a la dominación capitalista. El siguiente trabajo se propone pensar en una alternativa a este modelo anglosajón hegemónico. En ese marco, intenta reflexionar acerca de la función ético-social del intelectual del siglo XXI. Específicamente, se propone recuperar el debate público tendiente a transformar el actual sistema universitario, parecido a un gueto basado en la creciente especialización y autonomización de esferas, en el marco de un trabajo crítico que promueva el análisis transdisciplinario e integral.
1. Introducción
La tarea del intelectual democrático es tratar de aclarar las cosas que están pasando, pero no desde una posición elevada, sino desde una posición más modesta: la de un individuo que está a la escucha del laboratorio de los sentimientos y que lo traduce de tal manera que sea inteligible. Para eso, el intelectual debe salir de su propia competencia particular.
2 “El intelectual debe estar entre el laboratorio y la plaza pública”, Entrevista a Francois Dosse, Página 12, 23/03/09. En una entrevista publicada en el diario Página 12, el reconocido politólogo argentino Atilio Borón señala que “Me embarga una profunda decepción al ver los efectos duraderos de lo que fueron los años de la contrarrevolución neo conservadora en los ’80 y ’90. Porque en esa etapa llevaron a la universidad latinoamericana de ser uno de los grandes focos del pensamiento contestatario, donde abundaban las ideas de cambio, de transformación social, de reforma y hasta de revolución, a ser cenáculos relativamente cerrados y aislados, blindados por un pensamiento absolutamente fragmentario y tecnocrático, despojado prácticamente de cualquier vinculación con las necesidades reales de transformación que requiere la sociedad” (BORÓN 2009).
En efecto, en las últimas décadas asistimos a la declinación del tradicional intelectual crítico que predominaba en los tormentosos y “politizados” años ´60 y ´70. En consonancia con la visión neoliberal-neo conservadora acerca del “Fin de la Historia” decretado por Francis Fukuyama y los teólogos del libre mercado a partir del derrumbe del comunismo, y tras el fracaso experimentado por el Estado Benefactor de posguerra, la lucha político-ideológica ingresó en una etapa de devaluación y decadencia. En ese contexto, en el campo universitario, muchos de aquellos más importantes críticos del sistema/modelo de dominación se han trasmutado, al compás de este mundo aparentemente no ideológico y apolítico, en asistentes pasivos del neoliberalismo, o bien en tecnócratas descansando en su Torre de Cristal y mirando desde arriba las luchas sociales que llevan a cabo en soledad los sectores populares. El peligro de “contaminarse” de “ideologías” o valores “acientíficos” parece ser más fuerte que la perentoria necesidad de pensar nuevas formas de transformar materialmente la penosa realidad en la que vivimos. Esta histórica necesidad de mantener la (supuesta) “objetividad” y la “neutralidad valorativa” ha llevado, entonces, a la mayoría de los viejos intelectuales que se insertaban en la lucha política, y a gran parte de los nuevos tecnócratas del saber “científico”, a dejar de lado todo compromiso intelectual por modificar, y no sólo pensar, la realidad social a la que asistimos.
Obra de Benjamín Arenas, 2015.
En otros casos, especialmente en los filósofos corrientemente denominados posmodernos, el derrumbe de toda certeza epistemológica 3 basada en la idea de Verdad absoluta e inalterable y la fe en la Razón y la Ciencia, tal como la concebía la Modernidad Ilustrada, los ha llevado también a caer en un nihilismo apolítico de reminiscencias neo-nietzscheanas (véase, entre otros ejemplos posibles, el enfoque de construccionismo radical de Vattimo), que resulta igualmente funcional a este mundo desigual e injusto en el que vivimos. El siguiente trabajo ensayístico se propone pensar en una alternativa a este modelo anglosajón dominante que ha invadido a nuestra región, y especialmente a países como la Argentina, desde la década de los ´80’ y, en particular, en los años ´90. Pero además, convencidos plenamente de la necesidad de involucrarse en las cuestiones sociopolíticas y culturales de nuestro tiempo, más aún en las circunstancias de decadencia social que podemos observar en la actualidad, el trabajo no se queda en la pura crítica posmoderna funcional a la quietud conservadora, sino que se propone repensar y reflexionar acerca de la función ético-social y política que, desde una concepción humanista, debe jugar y ejercer el intelectual del siglo XXI.
En ese contexto, se propone recuperar el necesario debate y la crítica política tendientes a modificar y a transformar el actual sistema universitario, parecido a un gueto basado en la creciente especialización y autonomización de esferas, para trabajar de forma inter y transdisciplinaria e integral entre diversas disciplinas y subdisciplinas. Se trata, en ese sentido, de promover y estimular la necesidad de dejar de lado el mero parroquialismo y cerrazón que caracteriza a las Ciencias Sociales y Humanísticas, con el objeto final de imaginar y construir nuevas modalidades de participación, debate y lucha ideológica que, en el marco del respeto inclaudicable a la democracia y la pluralidad social, permitan promover el inicio de un proceso de transformación política de la decadente realidad social a la que asistimos en la actualidad.
3. Los problemas de la cerrazón teórica de las disciplinas La Ciencia Social surgió como una disciplina que se fue desagregando con el paso del tiempo hasta alcanzar una especialización técnica. Como lo han analizado célebres sociólogos como Durkheim y Weber, con el proceso de modernización y expansión planetaria del sistema capitalista, en particular desde mediados del siglo XIX, se llevó a cabo un proceso simultáneo de creciente diferenciación funcional del trabajo. La Universidad no fue ajena a este proceso de especialización y complejización social.
Desde comienzos del siglo pasado se produjo una creciente especialización y diferenciación del conocimiento que llevó a la creación de diversas disciplinas dentro de las Ciencias Sociales y Humanísticas tales como el Derecho, la Filosofía, la Ciencia Política, la Sociología, las Ciencias de la Comunicación, las Ciencias Económicas, las Ciencias de la Educación, la Antropología, la Psicología, etc. A su vez, dentro de cada disciplina se produjo un proceso de creciente especialización y desagregación de saberes. Este proceso, que se expandió fuertemente durante la segunda mitad del siglo pasado, llevó a la creación de grandes subdisciplinas y áreas de conocimiento dentro de cada disciplina, como la Teoría Sociológica, la Teoría Política, la Macro y Microeconomía, la Filosofía medieval, la Historia reciente, el Derecho constitucional, entre muchas otras opciones, y lo mismo ocurrió en disciplinas no sociales ni humanísticas (cuyo abordaje dejaremos aquí de lado), como la Medicina y sus múltiples ramas internas (3). Pero además, dentro de cada área de conocimiento desagregada, cada investigador y/o docente egresado se dedica a investigar, en la mayoría de los casos, un tema específico dentro de su propia materia. Así, un sociólogo puede dedicarse a ser experto en el tema teoría social de Simmel, un filósofo centrado en estudios culturales puede abordar el tema feminismo durante la segunda mitad del siglo XX, un cientista político puede centrarse y especializarse en las características del sistema electoral alemán, un antropólogo en la formalización mítica de los aztecas, un historiador en la historia de los inmigrantes judíos en la primera mitad del siglo XX, un comunicólogo en la teoría de Charles Pierce y su relación con la lingüística estructuralista, un licenciado en Economía en la relación entre los fisiócratas y los mercantilistas durante el siglo XVIII, un psicoanalista en los aportes de Freud a la teoría de Melanie Klein, y la lista se hace interminable. Si bien es cierto que un politólogo, por ejemplo, puede trabajar o especializarse en temas de teoría sociológica, historia social o sociología política, y lo mismo viceversa, lo más relevante de este proceso de creciente expertise es que, en la mayoría de los casos, cada investigador se centra en una sola disciplina desagregada, sin pretender el desarrollo de puentes de intercambio sistemático de lecturas con otras áreas de otras disciplinas. Para ser más claros, no negamos la existencia de diálogos fecundos entre disciplinas. Estos vínculos pueden hallarse, por ejemplo, en subdisciplinas de gran importancia como la sociología política, la antropología social, la comunicación política o la historia económica.
Lo que queremos destacar es que, más allá de estas indudables vinculaciones, que ya se hallaban presentes en los mayoría de los pensadores considerados clásicos de estas disciplinas, el proceso de creciente especialización que caracteriza de modo muy marcado a las Ciencias Sociales lleva a que, una vez que se egresa de la carrera de grado elegida, comienza una creciente lectura exhaustiva en un tema específico que suele llevar a una cerrazón disciplinaria. Así, pese a que existen notables vínculos entre este tipo de corrientes, resulta poco habitual, por ejemplo, que un sociólogo especializado en la obra de Durkheim se atreva a interiorizarse en temas de psicoanálisis, a no ser que esas lecturas resulten fundamentales e indispensables para comprender algún elemento específico de aquella teoría.
Del mismo modo, es muy probable que un politólogo dedicado a estudiar en profundidad las características del sistema de partidos en Perú, deje de lado la lectura de elementos de semiótica social, que probablemente leyó en algún texto o varios de su carrera de grado, o que no relea trabajos cruciales de su propia disciplina, como la teoría post-estructuralista, aunque sí es probable que lea muchos textos de historia política del país andino que le sirvan para reconstruir su “objeto”. En otras palabras, la lectura interdisciplinaria sólo se hace presente cuando resulta funcional al propio tema de estudio en el que uno se especializa, lo que se reduce a contadas ocasiones, dependientes, además, del marco teórico y metodológico aplicado y las supuestas limitaciones de integración disciplinar que suelen hacerse (4). En ese contexto de creciente división y especialización de la ciencia, cada investigador termina, entonces, por especializarse durante largos años en un área determinada de su propia disciplina, dejando en un lugar relegado, o directamente sin leer, los conocimientos básicos y no tan básicos adquiridos, por ejemplo, al comenzar sus estudios. Pero además, esta constante creación de “expertos” que se dedican años, e incluso largas décadas, a estudiar en detalle un sólo tema específico, lleva a dejar de lado, como dijimos, la lectura de textos clásicos, o bien trabajos fundamentales, de otras disciplinas, como ocurre a menudo con las Ciencias Sociales y su relación con las Humanísticas, o, directamente, la lectura de textos fundamentales de subdisciplinas ajenas al tema específico en el que uno se va a especializar. Así, tenemos a los especialistas en Ciencia Política que pueden pasar toda su vida académica sin leer teoría psicoanalítica o antropología, en tanto, como sucede en la Argentina, estos conocimientos no suelen darse más que tangencialmente en la carrera de grado, o bien pueden directamente ignorar a clásicos de la teoría de la comunicación o de la teoría social, debido a que su interés se centra en el análisis comparado del sistema de partidos de Chile y México, o la aplicación sistemática de fórmulas matemáticas en el marco de la teoría de la elección racional. En otros casos aún más preocupantes, los propios politólogos, por no decir los historiadores, que trabajan temas específicos de teoría política, también pueden terminar ignorando la lectura de textos clásicos de psicoanálisis, filosofía, antropología, semiótica o teoría social, debido a que consideran que los mismos no pueden aportarles elementos válidos y pertinentes a su objeto de estudio.
En la misma línea, los sociólogos, tan dedicados y especializados en la parte metodológica, pueden ignorar la pertinencia de abordar temas de teoría política o análisis del discurso, debido a que su interés supuestamente se centra en el aspecto social y no ideológico de las cuestiones, por lo que (con la excepción de la corriente de sociología cultural), lo discursivo, ideológico y político en general, no se encontraría dentro de su marco teórico general de estudio, en tanto pretensión de ontologizar el componente de lo político, por sobre la primacía que adquiere lo social.
Obra de Benjamín Arenas.
4. Hacia la transdisciplina como señala Perla Aronson, la transdisciplina permite centrarse en el análisis de problemas y también experimentar un nuevo lenguaje que permite desarrollar nuevas herramientas para la comprensión de aquellos problemas. Se impone, entonces, una nueva relación de comunicación entre la ciencia y la sociedad (ARONSON 2003). A diferencia de la interdisciplina, el trabajo transdisciplinar contribuye a constituir un verdadero “mapa cognitivo en común”, que comparte una metodología y una epistemología que sirven para integrar conceptualmente las diferentes orientaciones de análisis, un proceso que luego se aplica en la praxis social (AGUIRRE 2009). El problema, sin embargo, es que la Ciencia Social, con su excesiva especialización, busca cerrarse en su propia disciplina y no se “comunica” de forma fecunda e integral con otras disciplinas, ya sea internas, como así también externas. Tenemos, entonces, un doble problema de incomunicación. Por un lado, dentro del amplio campo de las Ciencias Sociales (Comunicación, Ciencia Política, Sociología, etc.), no existe una lógica de interrelación sistemática mutua.
Por el otro, se 7 tiende a dejar a un lado la conexión y el diálogo integral con otras disciplinas con afinidades ideológicas, como pueden ser la psicología, especialmente en su vertiente de psicoanálisis, la filosofía, la comunicación y, en menor medida, la historia, que parece ser la más vinculada históricamente a las disciplinas sociales. El primer escollo que impide pensar en una lógica de acción que trascienda la autonomización disciplinaria, es el temor a perder la propia especificidad de la disciplina o sub-disciplina, así como los beneficios materiales vinculados a ella. Como destaca Heller, “La preservación de los subcampos (disciplinas) del campo tecnocientífico actual –cada vez más atravesado por las relaciones capitalistas– plantea diversas estrategias de posicionamiento (cf. Bourdieu). Pero estas estrategias de alguna manera fortalecen las barreras divisorias, además de la búsqueda de al menos una apariencia de autosuficiencia (si no se la llama autonomía relativa). Ambas consecuencias se constituyen en obstáculos epistemológicos y epistemofílicos para el enriquecimiento mutuo entre los diferentes subcampos” (HELLER 2009). No obstante estos impedimentos, que en el caso de la lucha interna de cada subcampo es motivo de una inherente disputa ideológica entre visiones muchas veces antagónicas cuyas limitaciones resultan constitutivas, e incluso, quizás, de una encrucijada irresoluble (6), debemos considerar que la aplicación de un enfoque inter y, sobre todo, transdisciplinario, permite enriquecer notablemente el análisis de los fenómenos sociales, brindando nuevas categorías que lejos están de erosionar la autonomía relativa de la propia disciplina o subdisciplina particular. En efecto, dada la creciente complejidad que representa lo que denominamos la realidad social (cf. Luhmann, Morin), la apelación a diferentes miradas y modos de abordar un mismo hecho social nos permite enriquecer nuestro propio conocimiento (limitado) del mismo. Esta multiplicidad de formas de ver el mismo objeto, algo que ha sido destacado con insistencia por teóricos de la pluralidad social como Hannah Arendt, lejos está, sin embargo, de terminar con el temor a perder la autonomía territorial de cada disciplina históricamente constituida. Más bien, se trata de pensar en una posible articulación y diálogo entre ellas con el objeto de enriquecer la propia visión disciplinaria que caracteriza al conocimiento en la actualidad. Por otra parte, si nos atenemos al sentido 8 estricto, debemos reconocer que resulta casi imposible determinar la particularidad intrínseca de cada sub-disciplina.
En efecto, ¿cómo delimitar de forma objetiva y absoluta cuándo nos referimos a filosofía política, teoría política, sociología política, sociología económica, teoría social, historia política, historia económica, historia social o filosofía social? Como se puede apreciar, las fronteras son mas bien difusas y porosas, y ello porque las mismas se encuentran en permanente interrelación recíproca, al menos de forma potencial. Ahora bien, creemos que, junto al miedo injustificado y los celos “etnocentristas” (AGUIRRE 2009) de los investigadores a perder la autonomía disciplinaria, existe al menos un segundo gran problema que limita el desarrollo y expansión de la ciencia social transdisciplinar. Si la desconexión interna y externa limita, en el marco de una creciente exigencia de especializaciones, desarrollar un diálogo fecundo y enriquecedor con otras disciplinas, a pesar de que estas disciplinas tienen mucho que decirnos para contribuir a comprender la compleja, plural y multifacética realidad social en la que vivimos, el otro gran problema que creemos que reduce su capacidad de expansión es su excesivo provincialismo de carácter cientificista. En efecto, la Universidad surgió en el marco del desarrollo de la Modernidad.
En ese contexto, la Ciencia venía a cumplir un papel fundamental en la Iluminación de los sujetos, a quienes (de manera supuesta) les quitaría todo rastro de tradición y religión en el proceso de “evolución” social de la Historia. La aplicación de la metodología de las ciencias exactas y naturales, apoyado en la geometría euclidiana, la lógica formal aristotélica y la física newtoniana, venía a cumplir, en ese marco, el papel de legitimador de la objetividad de la Ciencia (Compte, Saint Simón).
De este modo, especialmente en la corrientes empiristas tales como el positivismo lógico del siglo XX (Carnap, Hempel), aunque también en las más racionalistas iniciadas con el sujeto cartesiano, e incluso en el kantismo, la Razón humana, y su método racional objetivo y universal, lograría “juzgar por sí misma” y desarrollar, así, el necesario dualismo entre el sujeto y el objeto de investigación de forma plena y acabada (HELLER 2009). En las últimas décadas se ha criticado de manera profusa y extendida esta posibilidad de avance positivo de la Ciencia y su método racionalista de verdad universal. Sin embargo, 9 pese a la crítica del “consenso ortodoxo” (cf. Giddens) del estructural-funcionalismo, el empirismo y el conductismo anglosajón, entendemos que persiste la fe en la Razón y, en particular, en la capacidad de acceder a la verdad, si bien ya no de forma neutral, aunque sí de manera objetiva. Es la famosa objetividad del conocimiento, que en las últimas décadas parece que puede ser alcanzada mediante métodos cuantitativos, cualitativos, o bien mediante la triangulación entre ambos métodos y sus múltiples técnicas de investigación asociadas (en particular, las “comprensivistas” o hermenéuticas).
Como lo han mencionado decenas de trabajos desde diferentes enfoques, entre los que podemos destacar aquellos derivados del humanismo crítico (uno de cuyos principales exponentes es el filósofo francés Edgar Morin y, si bien con algunos resabios objetivistas que hemos mencionado, el neokantismo de Appel y Habermas) y, desde un enfoque muy diferente, las nuevas corrientes de economía social o economía de la solidaridad (con teóricos como Bernardo Kliksberg, José Luis Coraggio o Enrique Leff, como exponentes de la región), el origen Iluminista y racionalista de la Universidad tiende cada vez más a desvincularse de las problemáticas sociales en busca de garantizar la objetividad y la ”pureza” de la Ciencia. Como señala Heller, esta supuesta objetividad racionalista se halla presente en la “moderna matriz de interpretación” que impregna aún las reflexiones sobre el ethos contemporáneo de teóricos como los de la “acción comunicativa” (HELLER 2009). No obstante, esta objetividad resulta imposible por definición, en tanto, como bien lo han destacado semiólogos sociales clásicos como Benveniste y Bajtín, la realidad se construye socialmente a partir de sujetos y marcas (temporales, históricas, particulares) de subjetividad que impiden, por lo tanto, alcanzar algún atisbo de separación total del objeto, incluso si pretende pensarse a partir de la intersubjetividad y la hermenéutica comprensiva (como es el caso de Weber, Schutz y toda la vertiente hermenéutica y fenomenológica).
Obra de Benjamín Arenas.
Así, para dejar en pie la supuesta objetividad, desde el liberalismo en adelante se afirma que la Ciencia debe ser separada de las cuestiones valorativas y de las ideas políticas, como si fuera posible desligar completamente al sujeto del objeto y a los juicios de hecho de los juicios de valor, inherentes al propio nombrar de las cosas. En otros casos, como en las vertientes republicanistas y deliberativas, se incluye el componente ético kantiano, aunque eliminando la posibilidad de un “desacuerdo” (cf. Ranciere) estructural de visiones que, en 10 tanto antagónicas (cf. Laclau, Mouffe) (piénsese, por ejemplo, en las cosmovisiones del marxismo y del neoliberalismo), representa un problema que no es posible de ser resuelto mediante la Razón y su función de “cooperación” y “consenso” deliberativo (HELLER, 2009). Quizás por la notable influencia social de este tipo de enfoques individualistas y racionalistas de matriz liberal presentes, incluso, en un pensador modernista de la talla de Weber, se cree que existe una separación estricta entre ciencia, política y sociedad.
Debemos recordar que en sus famosas conferencias sobre el político y el científico, el célebre sociólogo alemán señalaba que la Ciencia debía resguardar su presunta objetividad eludiendo inmiscuirse en problemáticas sociopolíticas. En dicho marco, que incluía un llamado a la comunidad científica para no comprometerse en cuestiones vinculadas a los problemas políticos, Weber creía e incentivaba la presencia de una universidad objetiva, lo que no implica de ningún modo que fuera neutral, que no debía emitir opiniones políticas dentro de las aulas, ni favorecer algunas ideas por sobre otras. En palabras de Weber: “Tampoco han de hacer política en las aulas los profesores, especialmente, y menos que nunca cuando han de ocuparse de la política desde el punto de vista científico. Las tomas de posición política y el análisis científico de los fenómenos y de los partidos políticos son dos cosas bien distintas” (WEBER 2005: 108). Es por eso que, aunque cabe reconocer su indudable intento de incorporar lo que denomina la “aportación ética”, una cuestión que en otros trabajos denomina racionalidad con “arreglo a valores”, Weber puede afirmar, de todos modos, que “allí en donde un hombre de ciencia permite que se introduzcan sus propios juicios de valor, deja de tener una plena comprensión del tema” (WEBER 2005: 110-111). No obstante, como señala Naishtat, citando al sociólogo Alexander, los científicos sociales, sin perder la autonomía universitaria, deberían dejar a un lado esta presunta búsqueda de objetividad, para ejercer la crítica que se empapa de los problemas sociopolíticos que afectan a nuestras sociedades.
En dicho marco, en el que no existe ni puede existir una objetividad exenta de valores constitutivos al propio recorte social, el filósofo argentino se refiere a la necesidad de ejercer la transdisciplina (NAISHTAT, s/d). Precisamente, en el 11 marco de una realidad que resulta cada vez más compleja e inaprensible, al decir de Edgar Morin, creemos que la aplicación sistemática de este tipo de enfoques no sólo multi, sino también inter y, sobre todo, transdisciplinares, resulta de una importancia fundamental para poder pensar y fomentar un orden social diferente al que vivimos. 4. A modo de (no) conclusión Como señalaba Borón en la entrevista citada al comienzo de este trabajo, en la última década el neoliberalismo “Ganó la batalla ideológica, porque logró que la gente crea que la empresa privada es mejor que la pública, que un mercado desregulado es mejor que uno regulado, que la apertura económica es mejor que el proteccionismo y que el Estado definitivamente es un mal administrador” (BORÓN 2009).
La Universidad, en tanto forma parte de la propia sociedad, no fue ajena, salvo contadas y destacables excepciones, a esta brutal despolitización. En dicho marco, el ex Director y el Secretario de la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires (UNA), Lucas Rubinich y Marcelo Langhieri (2009), hacen referencia a “un clima cultural que tuvo un predominio extraordinario durante los ’90 y que desvalorizó la universidad como un actor activo en los debates de la vida pública, otorgándole importancia, por el contrario, a un saber técnico inhibido de los “para qué”. Esta despolitizacion de la Universidad resultó funcional a la despolitización de la política y de la propia sociedad, en tanto “La desvalorización de la intervención de los ciudadanos en lo público, producto –además del propio deterioro de las clases dirigentes– del predominio de miradas interesadas en desprestigiar la práctica política, ha debilitado la imprescindible participación política dentro del mundo académico, y con ello, ha perdido fuerza la tradición que reivindica el papel activo en términos político académicos en la relación Universidad-sociedad, Universidad-Estado”.
En ese marco, como señalan los autores, “La inexistencia de debates sobre la relación Universidad-sociedad, favorecidos por esta despolitización, facilitan que estas miradas se sustenten en discursos tecnocráticos que observan la posibilidad de esos debates, y hasta la misma institucionalidad democrática de la Universidad pública, como obstáculos a la eficiencia” (RUBINICH y LANGHIERI 2009). Precisamente, como una forma de escapar y oponerse a esta lógica tecnocrática que pretende describir de forma objetiva y neutral la realidad social, y que resultó tan 12 perjudicial para nuestra región en los años ´90 al compás del auge de los economistas e intelectuales “expertos”, es que he desarrollado este breve ensayo. Creo, en realidad creemos, ya que cada vez somos más, que resulta fundamental recuperar el debate crítico de ideas en nuestra Universidad y, en dicho marco, dejar de lado todo intento de fragmentación disciplinaria, para fomentar la necesidad de pensar las problemáticas sociales que nos aquejan en un marco de análisis inter y transdisciplinariedad y claro sentido social a favor de la inclusión comunitaria y la defensa inclaudicable de los Derechos Humanos. Si es cierto, como señala la semiótica social y la filosofía narrativa de las identidades, que no existe un yo sin un tú y, por lo tanto, un nosotros que se constituye en la trama discursiva. Si es cierto también que la realidad es compleja y tiene múltiples facetas que pueden significarse de diverso modo y, finalmente, si es cierto que la objetividad no puede ser posible más allá de su digna pretensión, entonces la Universidad en general, y los intelectuales en sentido amplio -que no son ajenos a estas lógicas deberían recuperar esa implicación crítica y comprometida socialmente con los asuntos públicos-comunes. El trabajo transdisciplinario es una de las formas más enriquecedoras en las que puede pensarse esta articulación de saberes plurales, incorporando la diversidad de dimensiones, voces y miradas que resultan constitutivas de la propia realidad social, y fomentando una visión que, a partir de su componente crítico, aporte al conocimiento y desarrollo social y humanista. Si en este trabajo he contribuido con un granito de arena para repensar y reformular nuestro presente y para modificar nuestro futuro, estaré más que satisfecho.
Obra de Benjamín Arenas.
Referencias
AGUIRRE, Julio Leonidas (2009). “La interdisciplinar en el análisis y elaboración de políticas públicas”. Ponencia presentada en el Congreso Mundial de Ciencia Política, IPSA, Santiago de Chile, Chile.
ARONSON, Perla (2003). “La emergencia de la ciencia transdisciplinar”. Cinta de Moebio, Nº18, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago de Chile, Chile.
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